viernes, 30 de mayo de 2008

NOVELAS JUAN ANTONIO MIRANDA



LA ÚLTIMA BODA
La sinfonía de los Polichinelas

La Mansión con sus personajes es el escenario en el que se desenvuelve la historia. Un desfile de máscaras vetustas, fosilizadas, llenas de arcaico sabor, envilecidas y domesticadas bajo la poderosa batura del Abuelo, cuyo dominio entierra todo vestigio de libertad. Antonio, en la añoranza del tiempo pasado, recuerdo la callada y, al mismo tiempo, evolución de su primo Elbo.
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I. PRINCIPIO
Yo soy Antonio, el último mono de la gran Mansión, donde vivió esa venerable y tradicional Familia que me enquistó, me honró, me manoseó, me amó y hasta me mancilló. Ella ha sido la que me ha revuelto el estómago y ha moldeado mi espíritu, mi pobre espíritu temblón y acomodaticio. Y, con esas dos cualidades por muletas, he ido y voy dando tumbos entre pedregales, boticas, garajes, lupanares, buhardillas, estepas, atascos, tabernas, puertos impregnados en salitre y altas montañas donde la pureza del aire hace estornudar el alma, preguntándome a mi mismo quién sería el puerco que la dibujó con tal mal antojo, mientras Ido, que es una especie de feto, cojitranco imaginado, que a buen seguro está tras la vitrina, entre Dostoevski y mi admirado amigo Charles Baudelaire, no deja de carcajearse por tan alta pretensión...
...Y a mí acuden el Abuelo, la Madrina, tía En, tío Jerónimo, mis padres, Moana, Elbo y toda la corte de máscaras que han revoloteado, y yo con ellos, en torno a la Mansión. Estas, quiera o no, son mis realidades, aunque me parezca lejano humo o me revista de los ropajes del nihilismo. Aunque e encoja de hombros y cierre los ojos, éstas son mis realidades. Por más que quiera romper la piedra contra el espejo, por más que desee enterrarlas en el olvido, siempre están conmigo dándome todo su odio y todo su cariño, y como máscaras diabólicas, como impertérritos fantasmas, no han dejado, ni dejan de llenar todos mis sueños y de marcar todas mis decisiones...
...Cuando le confesé a Ido mi recuerdo por primo Elbo, la luna nos bañaba y hacíamos un descanso en nuestro regocijo. Él parecía escucharme con atención. Cuando terminé mi monserga de añoranzas me dijo que ya sabía mi historia y, levantándose, comenzó a ejecutar unos preciosos y dificilísimos pasos de ballet mientras añadía: “Y te diré más, viejo, esta noche de borrachera será el bautismo de tu liberación. No pienses que por ello vas a cometer la locura de tu primo. Ya estás cascado. Pero tu vida cambiará”. Y haciendo una reverencia desapareció, yéndose a dormir junto al cenicero lleno de colillas...
Y es verdad que cambió. Desde esa noche todo fue distinto. Me sujeté los tirantes y me quité el bozal, aunque no pudo desaparecer de mí el deseo de conocer la suerte que el destino le había deparado a primo Elbo...
...No sé dónde estarán tus pasos; no sé qué árboles y qué cielo se estarán impregnando de tu alma, no sé querido Elbo dónde reposas, pero estés donde estés y vayas donde vayas, quiero que sepas que no te olvido; porque esa semilla de libertad que sembraste en mi espíritu, me ha mantenido con dignidad. He sido un miedoso, lo reconozco. Mi deseo de libertad me ha estado ahogando y nunca me atreví a dar el paso. Perdóname querido Elbo, así me parieron y así me conformó la vida. Ahora estoy viejo y achacoso, el vicio y el alcohol me doblan. Por culpa de ello, en un amanecer me rompí la crisma y la pierna. Ya he desistido de ir tras tus huellas y de volver a encontrarnos. Sólo me consuela ver que estás en las nubes, en los pájaros, en las estrellas. Que estás allá donde existe una imagen de libertad. A ese consuelo me aferro y espero pacientemente a que todo concluya.”
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XXX. FIN
... El frío me ha despertado, ya que la ventolera de los recuerdos me arrancó el ahogo que me invadía. Ido se ha quedado frito. Estaba cansado y tenía sueño. Se le abría insistentemente la boca. Se fue a dormir junto a mi pituitaria, que es donde hace tiempo se encuentra más a gusto.
Ahora me levantaré y, como si fuese una alcayata oxidada, recogeré mi bastón y echaré a andar, lento, renquante, pasito a pasito hacia la Mansión. Alzaré la cabeza, me estiraré y, carraspeando mi dignidad, entraré. Y me importa un pimiento lo que digan y lo que piensen. La Mansión se ha trasformado para mí en un estercolero. Aquí acabarán mis días. No tengo ni fuerzas ni dinero para efectuar el traslado. Tendría que mudar la botica, el vestuario, los libros, el canario, el piano, la regadera, la percha hindú, la escupidera, los dientes, la pierna ortopédica y el corsé; hasta el alma, que ya me sé que es muy reacia en esto de las mudanzas, y se agarra encolerizada en sus trece al quicio de la puerta. Así, pues, he decidido continuar en ella. Este es el resultado de mi espíritu temblón y acomodaticio. Soy medroso y regalado, y así moriré, en este estiércol de glorioso pasado y de más glorioso futuro. Pero mi cabeza se ha erguido y mis ideas aclarado. La Mansión, con sus lámparas del dieciocho y sus complejos de grandeza, me resbala. Su destino universal me importa un bledo. Es algo que ni me vomita ni me enloquece, es algo que ya no existe para mí. Sólo necesito una pequeña pieza del estercolero para poder dormir mis monas o hacer mis defecaciones, que en eso de los retretes, desde que me salió el bigote, he sido muy especial.
Sí, entraré en la Mansión. Ya no viven la Madrina, ni Don César, ni mis padres, ni tía En, ni tantos otros personajes. Se fueron, sin más, a hacer compañía al Abuelo en la crianza de las malvas. Se fueron, pero sus espíritus, sus reverberaciones, sus radiaciones aún continúan incólumes, sin visos de cambio. Ahora hay otro Abuelo. Hoy se llama don Jerónimo, nuestro antiguo primo Jero, con el que he perdido todo contacto. También me ha parecido ver a otro Don César, con su mirada en los altares y su evangelio en el costillar; creo que se llama Don Pío, tal vez su sotana sea ‘príncipe de Gales’, pero sus átomos cósmicos son idénticos a los de aquél que me tocó en suerte... el eterno espíritu de los muertos. Hay también otro Don Arcadio, otros padres, y muchos, muchos primos que juegan, que se aman y se odian. Cuando los oigo gritar en sus altercados, la emoción del recuerdo se me agolpa y me figuro que entre ellos hay algún Antonio, alguna prima Moana, o quizás algún primo Elbo, y mis lágrimas se detienen en el iris y el corazón se me encoge. Y pienso con tristeza que así es la vida, y seguirá siendo hasta que me pudra en el olvido, con el único pesar de no haberme llevado a él el secreto de si mereció la pena sublevarse, si es necesario tal sacrificio, si el negarse es el arranque más esencial del hombre o, por el contrario, si mi vida de hoja podrida por el balanceo del viento fue mejor.
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Entre el Principio y el Fin, se desarrolla una lenta agonía evolutiva, hasta llegar a un estruendoso y vibrante despertar de Elbo en un atardecer de intensa nieve:
“Os maldigo en nombre de la rebeldía, de la locura y de la libertad.
Y que el bondadoso Dios os acoga en su lindo cielo de amor, porque yo me voy a revolcarme entre los sucios infiernos de los hombres”.
Y dando media vuelta se fue. Sus pisadas se iban perdiendo entre la nieve que no cesaba de caer, como si quisiese arrojar un blanco telón sobre el incongruente alboroto de este cotarro.

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UNA NOCHE SIN JUAN SEBASTIÁN BACH

¿El film se hizo realidad o la realidad se convirtió en film?
Ø
PARTE PRIMERA
Es una bella tarde de verano, Alejo y Maryam descansan en la tranquilidad de su amplia azotea… La música de Juan Sebastián Bach y un buen cuidado jardín acompañan sus postreros días… Pero la paz es perturbada por unos jóvenes, componentes de un grupo heavy metal llamado el Gallo Rojo. La estridente música que sale de la cafetería Apocalipsis, el local de la cercana rotonda donde ensayan, junto con el chirriar de sus motos alteran los nervios de la pareja de ancianos.
Alejo Arnal intenta solucionar el problema… primeramente ante el Ayuntamiento de la localidad; pero al no obtener la solidaridad de sus vecinos, no puede tramitar ninguna denuncia…después ante los propios jóvenes… Surgen las escenas chocantes, dispares y controvertidas entre la vida y la música del maestro de Leipzig y las del conjunto de música moderna… Mientras tanto, el ruido ensordecedor comienza a desequilibrar la moral de Alejo… Al final, viéndose sólo, sin amparo alguno, decide acabar por lo sano: “Si hay que morir, muramos. Pero yo lo voy a hacer como me enseñaron: luchando”… Ante la oposición de Maryam… Alejo, ciego al nombre de Dios, no hizo caso… Todo lo contrario que Bach, que con resignación cristiana, soportaba la vida desarreglada de los alumnos y las constantes maledicencias y rencillas de los oponentes del Concejo, mientras su obra iba creciendo y su familia aumentando. La fe en su música y en la obra de Dios iluminaban su camino.
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PARTE SEGUNDA
—Sí, Alejo, hay otra salida. La salida de la resignación que Cristo nos enseñó. Nos dijo que ofrezcamos la mejilla izquierda a quién nos hiera en la derecha. Añadiendo además que amáramos a nuestros enemigos y oremos por los que nos persiguen. Este es el camino que nos queda.
—Encima de puta pongo la cama. Palabras y palabras. Cuando un hombre siente su dignidad pisoteada si no se rebela, es un miserable.
—Te puedes rebelar sin matar. Si no quieres seguir la doctrina de Cristo, imita al menos la actitud de nuestro querido Bach, al que ya ni oyes. Él, dotado de la gracia de Dios, sufrió lo indecible, pero supo mezclar el estoicismo con la obstinación. Quedó huérfano siendo muy joven, enterró a once de sus hijos, fue denigrado por hombres infinitamente inferiores a él, las iniquidades que le levantaron fueron muchas; pero luchó con dignidad, chilló cuando podía y calló cuando debía, elevó querellas, pidió justicia a las autoridades, llamó indeseables a los que les vilipendiaban, pero nunca, nunca levantó la mano para herir a sus semejantes…
Más o menos era esta la lucha diaria que mantenía Maryam para apartar a su marido del camino de la violencia… Al final, la mujer se resigna: “Estaré a tu lado para lo bueno y para lo malo”… Alejo comienza a estudiar su plan de ataque y su coartada… adquiere para ello los materiales necesarios y prepara un escondrijo difícil de descubrir para ocultar el máuser que tenía olvidado de sus tiempos de maestro guarnicionero…
Paralelo a estos acontecimientos, Alex y Cisco, una pareja de matones, entran en un edificio de apartamentos de la costa… En uno de ellos roban una bolsa de droga, tras matar a los dos traficantes que la custodiaban… El jefe de ellos, un tal Chechu, descubre el desaguisado y pone en aviso al Negro, que controla la zona… Alex y Cisco van en busca del Langosta para entregarle la mercancía robada, sin saber que habían caído en la trampa… El lugar de encuentro es la cafetería Apocalypse… En la rotonda se arma un fuerte tiroteo entre los dos matones y la banda del Negro… Maryam, que salía de su casa para hablar con los jóvenes, en la última oportunidad para que su marido dejara el camino de la violencia, es arrollada por Cisco en su huída… Maltrecha unos jóvenes la suben a su casa… Ante el lamentable estado de su mujer, Alejo toma la decisión…


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PARTE TERCERA
El comisario César Ortiz se hace cargo de la investigación de la muerte de los dos jóvenes… El agujero de bala en la moto siniestrada, unido a la sospecha de los componentes del Gallo Rojo dirigen al comisario a la casa de los Arnal… en principio no encuentra ninguna pista a seguir… También los músicos por su cuenta quieren dar un escarmiento al viejo… y obligarlo a declararse culpable… En el ferial del pueblo ocurre la tragedia… Subido a un caballito del tiovivo, oculto a la visión de su mujer, Alejo es asaltado… Llevado en moto a un pinar tras el ferial le obligan a firmar su culpabilidad… en el intento de huir, Alejo cae fulminado por un ataque al corazón… La desaparición de Alejo sume a Maryam en desesperación… La amargura de Maryam en la soledad de su casa se hace eterna, ni la reposada voz de la contralto en la cantata Fried und Freud ich fabr dahin (Marcho hacia la paz y la alegría) la sosiega… La noche es lluviosa y el ferial ha quedado solitario… Maryam va con el comisario para la construcción de los hechos… Y allí, subido a un caballito encuentran el cuerpo inerte de Alejo Arnal… La melancolía, la soledad y el dolor van mitigando lentamente la salud mental de Maryam. Sin voluntad propia, siempre obediente a las decisiones de su marido, se angustia ante su nueva situación… Ni Juan Sebastián Bach puede mitigar tanto sufrimiento… Una noche que Juan Sebastián Bach desaparece, Maryam, fuera de sí, como si la voluntad de Alejo, que siempre la poseyó, se hubiera apoderado de nuevo ella, empuña el fusil para continuar con su lucha…
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BAJO LA SOMBRA DEL GURUGÚ
Engloba las novelas ULAD MLILIA y AIT AIXA


Ambas, teniendo como base la historia, reflejan la alambicada relación entre España y el mundo marroquí, tan de actualidad en el día de hoy; actualidad que, por desgracia, seguirá vigente por mucho tiempo, y como consecuencia de ello, la tan nombrada alianza de civilizaciones.
La narración de las dos novelas se sitúa en la ciudad de Melilla y sus alrededores. La primera,

ULAD MLILIA, transcurre desde 1830 a 1862 (fecha de la ampliación de los límites de la ciudad). En ella, el protagonista, preso liberal en esa ciudad del norte de África, vive la crudeza del encierro, los asedios de los fronterizos, el abandono del Gobierno, la difícil supervivencia de sus habitantes y la no menos difícil existencia en el campo moro, a donde consigue escapar. El destino fatal, que siempre le acompañó, le hace volver a la ciudad para acabar en ella sus días y entroncar con la segunda novela, AIT AIXA. En esta, junto a la investigación del asesinato de uno de sus descendientes, mezclada con los acontecimientos históricos, se sigue ahondando en esa relación hispano marroquí, con la conclusión de que la ilusión por la concordia entre las diferentes culturas, muy por encima de las banderas, de los cañones y de las palabras huecas de falso patriotismo, choca inevitablemente con el fanatismo y la ignorancia. La novela acaba tras el desembarco de Alhucemas en 1927.


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ULAD MLILIA


El liberal Indalecio Páez regresa a España desde Inglaterra en medio de la represión absolutista de Fernando VII, para unirse al grupo de agentes secretos que iba a introducirse en España por Gibraltar, para preparar el terreno a la invasión de los constitucionales dirigidos por Mina. La reunión secreta de masones comuneros a la que asistía en la capital del reino es descubierta por la pandilla absolutista que dirigía el Trabuco. Indalecio consigue escapar, aunque sus compañeros son capturados. Su amigo de exilio Pedro Casas Rojas se lo había advertido en Londres:


“…Por el cariño que nos tenemos y por la gran amistad que nos une, te ruego que te lo pienses tú también antes de volver. Allá no vas encontrar más que el desastre y el vacío más cruel. ¿No te das cuenta de que esta maldita patria nuestra está marcada por un fatal destino? ¿Es que no ves claro que los muy católicos y venerados reyes tuvieron un mal parto con ella?


Pero Indalecio, desasiéndose de su amigo, le dijo:


-Lo tengo bien pensado. Por mi honor juré volver, y un hombre sólo tiene una palabra.


-Pues bien, mi querido y obstinado amigo, ¡vuelve! De todas maneras, quiero que sepas que cuando tengas que salir huyendo otra vez, aquí, en mi casa, tienes un hogar y un corazón de quien, aunque sea un renegado, un traidor o un malnacido, aún te sigue queriendo...”


Con la ayuda de Justito de Oropel, pollito trascendental y borrachín de gala y tronío, consigue salir de Madrid emboscado en una caravana de arrieros que venía de Salamanca para hacer en Jaén trueque de paños por aceite. La recua estaba comandada por Juan de Dios, un joven cetrino y malparido, que bien podría haberse llamado Juan del Diablo, como decía su ayudante Zabala. Mientras tanto, su tío don Ezequiel Labornada, jefe poderoso de la Comisión Militar, enterado de la vuelta a España de su sobrino, tiene como principal objetivo su capturar. En una parada para pasar la noche en medio de la Mancha, unos feriantes gitanos dirigidos por Cascabel se unen a los arrieros. Entre ellos va una hermosa polaca de trágica historia y poderes sobrenaturales, María Inova, conocida por Noche. Indalecio y ella entablan conversación y quedan prendados el uno del otro. El gitano, listo como el hambre, sospecha que el galán es el liberal perseguido por los soldados que estaban unos kilómetros más atrás, mandados por don Ezequiel Labornada. Avisado éste va en busca de su sobrino. José Indalecio consigue escapar, llevándose el caballo de irascible Juan de Dios, el cual debido a encontronazo con el jefe de la Comisión Militar es llevado preso. Tras varias jornadas, acompañadas por el pensamiento de regenerar su Patria y por la figura de María Inova. llega a Málaga, donde es capturado. Presentado ante su tío, es condenado al presidio de Melilla.


Antes de ser embarcado, en la goleta Emilia, capitaneada por Lucio Rucio, recibe un culatazo de uno de los carceleros, a consecuencia de ello pierde la memoria. A pesar de ello, en estado lamentable, es unido un grupo de prisioneros entre los que se encontraba Cristino Sanlúcar, mejor conocido por Verrugitas de Lavapies, miembro de la logia comunera, que fue descubierta. Tras salvar un fuerte temporal llegan a la costa de Melilla, que estaba siendo atacada por los rifeños de los alrededores. Maltrechos y en medio de la contienda entran en Melilla.
Indalecio, aún inconsciente, no percibe en su exactitud la crudeza del presidio. En un ataque de las tribus desde las colinas cercanas a Melilla, los presidiarios son reclutados para salvar sus deudas. Indalecio, en medio de la refriega, recibe otro culatazo que le hace volver en sí. Consciente ahora de la situación, a pesar de los intentos de Verruguitas, el desilusionado liberal inicia un despego de sus ideales revolucionarios. Debido a su formación, el capitán Bolaños lo toma como asistente para la educación de sus hijos. Amores prohibidos con la mujer del capitán, le aceleran la huida al campo moro, que había preparado.


En su camino, con la idea de llegar a Argelia, donde estaban establecidos los franceses, recae en la cabila Ikielel de los Ulad El Hach, cerca de la desembocadura del Muluya. Allí se establece. Se ve obligado a hacerse musulmán. Conoce a un hombre extraordinario llamado Amzian, de significado el corto, que lo que tenía de poca de estatura, lo superaba en grandeza. Indalecio se casa con su hija Aixa con la que tiene tres hijos. Vive integrado en la cabila, participando en sus inquietudes y luchas tribales. Pero los avatares de la vida le hacen volver a Melilla, donde acaba sus días.
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AIT AIXA


3 de septiembre de 1.925...
La sombra del Gurugú bajaba silenciosa entre los barrancos, cuando José Indalecio Verdejo llegó a la base del collado Hardú. Al contemplar a sus pies la ciudad de Melilla en la mortecina luz del atardecer, su corazón se llenó de nostalgia. Hacía tres horas que los regulares lo habían herido cerca de la meseta de Tazuda, y el reguero de sangre que iba dejando tras de sí, le advertía de las pocas fuerzas que le quedaban para entrar en ella. Sin dejar de contemplar la ciudad, volvió a hacerse la pregunta que también se hiciera su bisabuelo Indalecio Páez: “Dios, si somos tus hijos, ¿por qué nos divides de esta forma tan cruel? La respuesta nunca llegaba. En su lugar, le vino a la memoria aquella mañana de verano cuando fue con su tío Cristino a ver los globos cautivos. Recordando aquél lejano día de mil novecientos nueve se dejó vencer por el letargo imparable...
...Los globos se mecían majestuosos en el aire ante el asombro de moros y cristianos. Tenían por nombre Reina Victoria y Urano. Hacía unos meses que los rifeños rebeldes habían matado a seis obreros del ferrocarril minero en construcción y la guerra se había vuelto a desatar. El gentío comentaba que el capitán Gordejuela, responsable de la Unidad de Aerostación, había dicho que desde lo alto podía verse el movimiento de las cabilas. Cristino Páez, de inquieta imaginación, iba más allá y afirmaba, con razonamiento de ciencia casera, que desde aquella altura a buen seguro se divisaría hasta la isla de Cuba.


Eran aquellos años en los que Melilla se desperezaba detrás de sus centenarios muros, extendiéndose cautelosamente sobre un campo lleno de guijarros y chumberas. Todo era nuevo y las cosas tenían sabor a membrillo mezclado con el agrio olor de los correajes. Tres veces por semana arribaba el vapor correo trayendo cemento, ladrillos, raros aparatos y una multitud de caras nuevas. Los vecinos dejaron de conocerse y el tiempo, que había estado detenido, comenzó a bailar la frenética danza del dinero y de la muerte. Fue por aquél entonces cuando Francisco Verdejo acabó con la fortuna que fue derrochando en francachelas y generosidades...


Efectivamente, Melilla se desperezaba al compás del estruendo de los cañones, mientras el recuerdo de la ilusa Universidad Judeo-Cristiana-Musulmana de Melilla, que el liberal Indalecio Páez promulgara en sus postreros días, se mantenía sin desfallecer en los pensamientos y acciones de su nieto Cristino Páez y, posteriormente, en los de su biznieto José Indalecio. La bandera de la concordia luchó en desventaja con la contundente realidad, que lo fagocita todo.


Cristino, de vuelta de Cuba en donde había huido por culpa de un amor no digerido, pasa la raya que divide al mundo llamado civilizado del llamado bárbaro, acompañando a las empresas mineras que buscaban desentrañar las riquezas del Rif. Allí, debido a su afán de aventuras, se ve envuelto en una serie de ellas. Conoce a Mohan, músico ambulante, vecino de Ait Aixa, poblado de la ladera del Gurugú, cercano a Melilla.


La muerte de Cristino conmociona la ciudad. Cinco posibles causantes de ellas baraja el comisario Santiago Puerta. En la búsqueda del asesino una serie de personajes como el austriaco Gustav, la ex cabaretera argentina Ilde Llorente, entronizada en la alta burguesía de Barcelona, la Partida de los Juanes, el teniente Joaquín María del Castillo, el misterioso loco Sidiguari, entre otros, dibujan un panorama emocionante, mezclado con la ambición de los empresarios, el fanatismo de los imanes, y el desmedido patrioterismo de algunos militares.


La antorcha de la concordia entre las diferentes civilizaciones, la recoge el sobrino de Cristino, José Indalecio Verdejo, que junto con su amiga y luego esposa Rebeca, se unen al Partido Comunista para entorpecer la acción española en el Norte de África, a pesar de las advertencias del comisario Puerta. Tras el descalabro de la célula comunista el loco Sidiguari, como salido de una cueva, les desvela el secreto de la muerte de Cristino.


Lívidos por la noticia, Rebeca y José Indalecio no sabían que responder. Sidiguari, volviendo a coger la línea del horizonte, se apartó hacia un montículo que había en el camino y, subiéndose a él, gritó a la sombra del Gurugú que bajaba silenciosa:

No peteixes, il-ilusió perdura, sempre hi aura un dema!

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LOS SUEÑOS DE FOTO DONADIE
Cuando Foto abrió la ventana y contempló el radiante amanecer, pensó que mejor día no había podido elegir para llevar a cabo su llamada revolución planificada y, sonriendo con la mueca de los triunfadores, encaminó sus pasos hacia la ducha.
Bajo el agua, su voluntad le dijo que seis meses de ejercicios de Tai Chi Chuan y de cultura psíquica Aubanel eran más que suficiente para romper las cadenas que le habían conducido al infortunio y a la derrota. Su voluntad en esos momentos era un ciclón; era tan decidida que, cuando vio su escuchimizada figura reflejada en el espejo, el corazón no le dio el acostumbrado vuelco de desasosiego.
Se vistió con el traje marrón cruzado de anchas rayas, la camisa rosada y la corbata verde de mariposas negras. Se bebió el tazón de leche con los Kellogg’s vitamínicos, se atusó el bigotito a lo David Niven y salió eufórico rumbo a la batalla…
Así comienza la aventura de Foto Donadie, un pobre empleado con ínfulas de superación, que se van viendo marchitadas por el corrupto y poderoso jefe Marth…
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24 HORAS ENTRE LA RAZÓN Y LA LOCURA
24 relatos cortos surrealistas e independientes entre sí, pero, al mismo tiempo, entrelazados gracias al Bufón de Turno que, como buen lacayo del Gobernador, ejecuta a la perfección su cometido.


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A la fiesta que suele dar el Gobernador, o el Mandamás que sugiera el lector, hacia finales del carnaval, los ciudadanos o comediantes invitados, que son todos, se revisten con sus mejores galas. Algunos, circunspectos y bien seguros de los papeles que representan, son guiados por la RAZÓN, y otros, extraviados, llevan como compañera a la LOCURA. Un personaje llamado el Mosquetero azafranado, conocedor de ambas facultades, advierte a los desequilibrados de la malintención de los circunspectos, en especial del Bufón de Turno, ya que harán todo lo posible que entren en la fiesta para que sirvan de entretenimiento. Les aconseja que entren a la fiesta, ya que en definitiva es la fiesta del mundo, pero que no se dejen engatusar por falsas palabras. Para evitar que caigan en la trampa, les sugiere el camino del nihilismo. Pero, he aquí la tragedia y, al mismo tiempo, la diversión, 24 desequilibrados se desvían con falsas palabras hacia el púlpito de marfil, desde donde, como tumbona de psiquiatra, contarán a la audiencias sus desventuras.
Más o menos es el prólogo a las veinticuatro historias que los ciudadanos del desequilibrio narrarán durante las veinticuatro horas que dura la fiesta.

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HORA I
¡Gong!. Resuena con escandaloso eco la primera campanada del desmesurado y vetusto reloj del salón, cuando el Bufón de Turno, con perfecto dominio de la situación toma el micrófono:
—Buenas noches, ciudadanos comediantes. Aquí, un servidor de ustedes, el Bufón de Turno en su tradicional presentación de la excitante fiesta de finales del carnaval. Les hablo, como de costumbre, desde el fastuoso palacio del Gobernador, que año tras año viene abriendo sus puertas, para que ustedes, tanto los ciudadanos de las primeras filas como aquellos desorientados de las últimas, puedan lucir sus pulidos disfraces, sus joyas más codiciadas y las más intrincadas de sus ambiciones. [...] Por favor, guarden cola, que lugar y tiempo hay para todos. No rompan las butacas que son del mejor terciopelo, y si alguno tiene que estar de pie, no importa, la cansina tiene cura. El señor sereno es el primer orador. Respétenlo, no le muerdan los tobillos ni le rajen la casaca, que las buenas maneras siempre han sido la norma de esta fiesta. Respétenlo; el señor-ciudadano-sereno se lo merece: hace años intentaba abrir la cancela. Él decía que afuera estaba el olvido de una vida que se consumía en la nada. Dentro, un mañana que podía conducir a cualquier encrucijada. Y en medio, en el poderoso deseo de alcanzar el infinito, en olor a soledad impregnada en vino, en luna y en bambalinas municipales, se encontraba él, sereno de barrio. [...] A continuación, arrastrando su pesado carro de llaves, nos hablará de aquellas noches en las que él, sereno convertido en señor, regresaba de sus francachelas. Comience, sin más, señor-ciudadano-sereno a darle al pico.

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El sereno y el sueño de su buen amigo el sapo
El sapo, camarada de crápula y puterío del sereno, en una noche de confidencias le contó su deseo de convertirse en hombre. Su admiración por la raza humana le impulsó a ello... ¿Pudo tras ímprobos esfuerzos conseguirlo?
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“Croac, croac, croac"
Croan entre risas los comediantes ante lo extraño de la historia.
El orador, sin encontrar en los ojos burlones una respuesta a su angustia, baja descorazonado y, acurrucándose en los últimos peldaños del púlpito, cierra sus ojos y lacra sus oídos. Mientras tanto, el Bufón de Turno, viendo que la Psicoterapia Colectiva Desfuncionalizada no comenzaba con buen pie, vocea:
—¡Todos a la sala segunda! Que el pintor ya está haciendo gárgaras y tomando clara de huevo.
Y todos, sin más explicaciones, pasan a la sala segunda para continuar con la diversión.

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LA HORA II
Antes de que todos los curiosos de las profundidades se acomoden en la sala segunda, el Bufón de Turno está concluyendo:
[...] de entre los infinitos mundos del Universo, señalamos la Tierra. De entre los infinitos espermas y óvulos de la Tierra, escogemos una unión: el pintor. [...] Aunque, puestos ya en esta encrucijada, pienso, señoras y señores equilibristas, que será mejor que lo explique el propio creador del invento [...]
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El cuarto oscuro de la mosca que pintaba
Bajo la premisa de que en una sola vida humana no podemos conocer la razón de la existencia, el pintor crea una mosca automática de múltiples existencias para que le transmita la razón... ¿Qué le transmitió bajo la técnica pictórica?
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[...] La música continúa, el caviar está a punto de desaparecer y el Gobernador corre tras el pintor entre las cortinas de la sala segunda, a veces llamada Psiquiatría Experimental e Intensiva, pidiéndole, por favor, que le devuelva su monóculo. Y el pintor, con el pelo enmarañado, la macilenta nariz afilada y unos descomunales ojos, que a toda costa quieren salirse de sus órbitas, no hace más que ir de acá para allá, dando grandes zancadas, cazando moscas al vuelo.
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LA HORA III
Desde lo alto del púlpito de marfil, el metafísico detective cuestiona a los que escuchan:
—¿No han visto ustedes a un Mosquetero Azafranado con unas plumas verdes en su sombrero? Hace nada estaba bajo mi lupa, unas dos horas, más o menos, pero de improviso, se esfumó para mal mío. Tengo miedo a la soledad de la noche. Por ello, me apunté al bullicio del carnaval con la esperanza de ahuyentarla.
En la soledad de la noche, la parcela de las tres es la más extraña, la más apartada, la menos hollada, en la que el espejo cóncavo del sendero nos devuelve la imagen de nuestra exclusiva y única realidad [...]
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Metafísica de madrugada
Sobre un lienzo terriblemente azul, sin apenas estre­llas ni lámparas que lo iluminen, cercado por una dimen­sión desconocida [[[donde una pluma de ganso impulsada por un enigmático cerebro, que bullía ansioso en actividades meta­físicas en tan altas horas de la madrugada, [[desde aquella ocasión en la que comprendió que el Tiempo no podía o no quería [¿?] escapar de sus heterogéneos espacios, no fuimos capaces [el enigmático cerebro, otros descon­cer­tantes ciudadanos y yo... Así siguió hasta dormir a los presentes.
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Algo excitado y dispuesto al quite, como siempre, el Bufón de Turno se disculpa:
—Mis más rendidas excusas, queridos comediantes, señoras y señores supuestamente equilibristas, ante tan insospechada tabarra; y todo por culpa de la desidia del director de la orquesta, que en vez de un rock-and-rock puso en el picú una nana de principios de siglo, y la mo­dorra nos venció. Salud y ayuda costará descifrar a este buen desequilibrado. Y para colmo de males el desagüe de los lavabos está en pleno atasco, la llave del portón a punto de retroceder por tercera vez y el viejo reloj del salón casi pasando la frontera de las cuatro horas. [...] ¡Hala!, ¡hala! Dejad de abrir las bocas y restregaos los ojos, no os esti­réis más, que os vais a desarticular, y levantad los cuerpos de los mullidos sillones de terciopelo, que la fiesta continúa.
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LA HORA IV
—¡Arriba, comediantes! —sigue animando el Bufón de Turno a los ciudadanos que no fueron escogidos a vocear sus interioridades, al tiempo que les recrimina—: ¡que os vais a torcer el dobladillo del pantalón y a descolocar el canesú con tanta galbana!, y estos son hechos de enorme vulgaridad e imperdonable descor­tesía en tan exquisita fiesta.
Al adentrarse en la sala cuarta —también llamada de Psicoterapia de las Ultimas Oportunidades—, sus ojos casi se escurren por las cuencas al contemplar cómo los señores del desequilibrio juegan, entre las esponjosas elongaciones de las cuatro horas, a una gallinita ciega especial [...] al izar la vista hacia las alturas, vislumbra en el púlpito de marfil al fontanero de servicio, que sin quitarse aún el pijama a rayas, habla con señas a los juguetones desequilibrados [...]
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El navegante errante
Cuenta que al abrir el grifo del lavabo, cayó envuelto en una funda de plástico un diminuto hombre semejante a él... ¿Qué misteriosas aventuras corrió?
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Adios, adiós marinero adiós" Cantan entrelazados y juguetones los ciudadanos equili­bristas. El fontanero de servicio, recoge sus bártulos y, echándose al hombro el pesado arcón de las herramientas, se pierde entre el eco de tan enternecedor alboroto.

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LA HORA V
Señor Gobernador —empieza diciendo humilde pero decidi­do el Bufón de Turno— con todos mis respetos, le comunico que yo así no puedo continuar. Friego los suelos, lavo la vajilla, quito el polvo a los muebles, limpio la platería, despacho al fontanero, atiendo solícito a los ciudadanos-comediantes, pongo paz y orden entre estos desrazo­nados/deslo­cados del carajo, y encima dirijo el cotarro del festejo. Y todo por cuatro cochinas onzas de cobre. [...] Se lo digo sin ira, con todo el respeto del mundo y también con todo el dolor de mis riño­nes, de mi cabeza y de mis hinchados juanetes. ¡Hala!, que ya no puedo más. Haga lo que guste, pero yo necesito un ayudante.
El Gobernador, sin el más leve comentario, le insta con el monóculo —que al fin pudo encontrar entre los huevos escalfados— a que se calle, observe y escuche al vate orador y su poesía sobre los árboles al amanecer.

"Vinieron los días
y con ellos los filos de nácar,
y en martirio de lenta agonía
desnudaron la montaña.
Vinieron los días,
y qué sola se quedó el alma"

El poeta hizo un alto. Tomó un leve sorbo de agua y, redondeando la lengua por sus húmedos labios, prosiguió de corrido con su misterio:
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Mis pobres árboles
El poeta canta su tristeza porque los árboles lloran en el amanecer ante la llegada de la guadaña...
>
—¡Señor Bufón de Turno! ¡Señor Bufón de Turno! —exclama con vocinglera voz el Gobernador— ¡A su puesto!, que los comediantes del equilibrio quieren una satisfacción a tal incongruencia [...]

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HORA VI
—¿Y de lo mío qué, Excelencia? —se atreve a insinuar el Bufón de Turno, después de haber revisado si la llave de la puerta principal ha retrocedido una vuelta más, vaciado los ceniceros, inspeccionado el desmesurado y vetusto reloj del salón, servido el chocolate con picatostes y haber dado una taza de tila al brujo mesiánico, al cual, como próximo narrador, le ha entrado un ataque de nervios, porque no está muy seguro de si la pata de conejo desconchado que lleva como colgante hace juego con su casulla de colorines. [...] Pero, cuando iba a dar a luz su enojo, el pacien­te de la sexta, que al fin se decidió a subir, con pata de conejo y todo, empezó sin proemio alguno:
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El lamento del gran brujo mesiánico
El brujo ancestral predijo el futuro del hombre... La tribu lo juzgó y fue condenado... ¿Acertaron con la decisión?
>
Aprovechando el momentáneo silencio en que había sumido a la multitud la historia del brujo mesiánico, el bufón de turno al fin pudo decir: "¿Y de lo mío qué?".
—Señor Bufón de Turno, ponga al brujo mesiánico en los peldaños del púlpito de marfil junto al sereno, que me sospecho que no hacen mala pareja. Dígale al de la orquesta que toque algo más alegre, saque la langosta y atienda a los comedian­tes invitados, que entre el sopor de la noche y las histo­rietas de los desequi­librados se va a escachifollar el feste­jo [...] aún se atreve a insistir: "¿Y de lo mío qué?".
—En trámite —corta por lo sano y lacónico el Goberna­dor.
Con ello, y sin ninguna otra noticia de relieve, cuando el sol ya gatea sobre los tejados de palacio, concluye tan temprana hora.
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HORA VII
Al literato de palacio, cansado de esperar en la larga cola que conduce a recoger una cabeza de langosta y la aceituna del vermú con la que se suele desayunar en estas grandes fiestas, no se le ocurrió otra cosa más divertida que disfrazarse de Phi —el desequilibrado de la sala u hora siete—, subirse al púlpito de marfil y largarles a los presentes este sencillo cuento:<
El vagabundo Phi y su única, extraña, misteriosa y mefistofélica noche de amor
—Señoras y señores, distinguidos comediantes invitados del gran queso del mundo: Érase una vez, a primeros de noviembre de mil novecientos y muchos años... Así empieza el literato a narrar su cuento de ultratumba.
>
En medio de los aplausos de la concurrencia, el Bufón de Turno, con la ilusión de que su penuria iba a solucionar­se, descubre la verruga del lobanillo que caracteriza al literato de palacio y, cayendo en la cuenta del manifiesto engaño, le increpa iracundo y fuera de sí [...]
A contestarle va el Bufón de Turno que, como perfecto administrador de tan fastuosa gala, no está acostumbrado a dejar de ser él quien diga la última palabra, cuando el desme­surado y vetusto reloj del salón comienza a emitir el ron­quido previo a las campanadas de las ocho horas. Así pues, dejando las cuerdas vocales a medio tensar, voló raudo hacia la contigua sala, donde iba a desarrollarse sin tar­danza otra fantástica historia.
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HORA VIII
Jadeante, llega el Bufón de Turno a la sala octava. Presumía la orquesta desafinando, las colillas por los rincones, el champán calentorro, las viandas sin renovar, los ciudadanos de las primeras filas desatendidos y los extraviados de las últimas, lejos de todo orden y concierto y con la ilusión de volver a encontrar el mosquetero azafranado. Pero, ¡oh sorpresa! La orquesta ataca una polca jugueto­na, los ceni­ceros están relucientes, el champán en su justo grado, los riñones al jerez en su punto, los ciudada­nos circunspectos contentos y regocijados, los extraviados en perfec­to estado de revista, y como dueña y señora de tan maravil­losa obra, aparece la Bufona de Tres al Cuarto, con su delantal blanco almidonado y unos ojillos que tienen un no sé qué. El Gobernador sin extenderse en pala­bras ni más formalidades, le espeta al patitieso Bufón de Turno:
—Aquí tiene usted la ayuda que me pidió.
Pero él, fijo en los ojillos de la Bufona de Tres al Cuarto, sólo puede balbucear las palabras que oyera en la hora pasada: "¡Oh!, ¡qué bonito es el amor!" [...]
<
El amor a través del hachis
—Busqué y busqué el amor entre los profundos ojos, las esbeltas figuras, los patios de las ursulinas y los lupana­res de barrio... ¿Lo encontró al final?
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—Tome buena nota, señor Bufón de Turno —se le ocurre decir al genial Gobernador— para los próximos carnavales, quiero que haya hachís en abundancia.
Pero el Bufón de Turno, que aún seguía prendado del miste­rio que desprendían los ojillos de la Bufona de Tres al Cuarto, ni oyó el encargo.
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HORA IX
—Señor Bufón de Turno, no sé que le pasa a usted últimamente —le pregunta el Gobernador con el dedo en ristre— lo veo muy raro. Va dándose cabezadas contra las colum­nas, apenas oye mis órdenes y ya no se bebe a escondidas los culos de los vasos, como hacía antes.
Pero el Bufón de Turno no oye al Gobernador. Está absorto, deshojando una margarita: "Me quiere, no me quiere, me quiere..." [...]
<
Los monstruos
Era un domingo por la mañana. Un ejecutivo en su casa de campo se encuentra solo. Su mujer e hijos había ido a misa. De pronto empiezan a rodearle una especie de tarántulas gigantescas con el objetivo de acabar con él... ¿Eran externas o las tenía en su mente?
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— ...me quiere, no me quiere... —sigue dilucidando el Bufón de Turno, mientras va podando todas las macetas y jardineras de palacio.
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HORA X
—¡Me quiere! —le dice el último pétalo de margarita. Con la decisión en el alma y el temblor en los genitales por tan feliz vaticinio, el Bufón de Turno, emer­giendo de entre las desguazadas herbáceas, se dirige a la Bufona de Tres al Cuarto con la mano en el corazón:
—Hola, Bufona de Tres al Cuarto. ¿Sabes lo que es el amor?
Ante la timidez de ella, se explica:
—Amor es la raíz cuadrada de tres coma catorce dieci­séis.
La Bufona, con las mejillas arrebujadas en carmesí, le contesta moviendo dulcemente sus bonitos labios:
—¡Oh!, amado Bufón de Turno, tus lindas palabras embriagan mi corazón.
El alegre enamorado no puede salir corriendo dando saltos de alegría, porque el cohete acaba de anunciar el comienzo de la procesión. [...]
—¿A qué espera usted, cronista de la lámpara del dieciocho?
El cronista de la lámpara del dieciocho, que es el desequilibrado de la hora diez, dejándose caer desde su andamio predilecto, sube al púlpito de marfil; y desde allí, sacando un largo pliego de barba, comienza a leer:
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Los calandrajos de papel
El cronista de la lámpara del dieciocho con su preciosa letra gótica recoge de aquí y de allá lo que la vida le ofrece...
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Cuatro, acaso cinco, aplausos sueltos y de puro compro­miso resuenan en el salón diez. [...]
La procesión se disuelve y todos corriendo van a tomar asiento en los confortables sillones de la sala once, en donde algo nuevo e interesante va a ocurrir.
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HORA XI
"El hombre es alto, espigado, tiene la nariz aguileña y mira hacia el infinito.
La mujer es dulce, de largo cabello rubio y mira hacia el cielo.
Cielo e infinito se enlazaron en un último destello, cuando los duendes bajaron de sus alturas, cuando la aurora brilló eternamente, cuando las semillas del amor prendieron en la estéril tierra.
El hombre y la mujer son los protagonistas de esta sencilla historia de amor".
Todo ello tuvo que pregonar el cartero de palacio, porque el Bufón de Turno y la Bufona de Tres al Cuarto se perdieron entre el humo de los cigarrillos, de los puros y de las pipas encendidas.
Un hombre y una mujer, unidos por fuertes cadenas de hierro suben las escalinatas del púlpito de marfil haciendo tal ruido que hasta el borracho singular —paciente de la hora veintidós— despierta de su sueño. Una vez arriba, dueños de tan codiciada tarima, comienzan de forma simultá­nea a contarle a la curiosa concurrencia la siguiente senci­lla historia de amor:
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Una sencilla historia de amor
Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra.
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—¡Oh!, amada Bufona de Tres al Cuarto, ¿te quieres casar conmigo? —pregunta con la ansiedad en sus venas el apasionado amante
—Sí, amado Bufón de Turno. Sí quiero —contesta feliz la Bufona de Tres al Cuarto.
El cartero de palacio, que casualmente husmea por el lugar donde están los amantes, los oye. Se rasca la cabeza, y sin pensarlo más veces, saca de su cartera un manifiesto, que lee a los presentes:
—Son casi las doce de la mañana, poneos los trajes nuevos y los sombreros de gasas, que es buena hora para ir de boda.
Y el periodista de sociedades toma papel a rayas y bolígrafo de cuatro barras para reflejar la ilusión del acto.
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HORA XII
Y se casaron.
El enlace ocurrió en el misterioso tiempo que existe entre las once coma nueve y las doce horas.
El Gobernador, conmovido por tan maravilloso acto, les dijo a los contrayente:
—Id a comeros la felicidad. Tenéis dos latidos de asueto.
Y como los enamorados preguntaron que quién iba a atender a los comediantes: señores y señoras equi­libristas y no equilibristas, llenar las copas, limpiar el polvo, [...] el Gober­nador les abrió los brazos y con lagrimillas en los ojos, volvió a decirles:
—Hijos míos, ése es mi regalo de boda.
Y los dos, vestidos de buzo, sin añadir otro comenta­rio, se esfumaron entre los biombos.
Así pues, cuando h., que es el indocumentado paciente de la sala doce, llega al púlpito de marfil se encuentra con el mayor de los desórdenes. Nadie atiende sus ruegos ni escucha sus palabras [...]
<
El destino de h.
Una hormiga que paseaba por el borde de una bien cuidada piscina, choca con el destino de otro h. que jugaba en este día de calor a ser D. sin caer en la conclusión que a él le podía ocurrir lo mismo.
>
Y como no había nadie que diera la oportuna explicación a tan singular depresión ni armonizara la diversión, los señores y señoras comediantes empezaron, sin orden ni con­cierto, a vaciar platos y bote­llas y a tirarle plátanos y cacahuetes al director de la orquesta para que dirigiera por fin el "Corro de la patata, comeremos ensalada"[...]
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HORA XIII
—¡Yo no estoy desequilibrado! ¡Mi razón/locura se encuentra en el justo término! Si iba tras el Mosquetero Azafranado era sólo por pura curiosidad —quiere decir el señor Escritor con indescifrables sonidos [...]<
El Señor Magnífico"Esta grabación es una síntesis de mi historia, de mi excelente y brillante historia, para que el señor Escritor tenga a través de mi misma voz, de mi misma alma, una breve confe­sión de mi grandiosa vida, y que le sirva de complemento a las anotaciones que habrá recopilado para la confección de mi extraordinaria biografía". Así empieza el Señor Magnifico a contar su triunfal historia para que el señor escritor pueda escribirla, pero mira por dónde quien nunca erró, quién dominó almas y haciendas, se topó con la dignidad de un humilde escribidor
>
Finalizada la cinta magnetofónica, todos los presentes quisieron ser Gobernador para poder tomarse la justicia por su mano. Por ello, el propio y verdadero Gobernador, aconse­jado por su bondadoso corazón, ordenó al jefe de la guardia de palacio que confinara al rebelde al último lugar de los desequilibrados y que pasara lo que restaba de jornada a pan y agua que, entre otras cosas, es alimento saludable.
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HORA XIV
El Bufón de Turno y la Bufona de Tres al Cuarto, unidos por la cintura, salen de detrás de los biombos, llenos de felicidad y sin los trajes de buzo. Los presentes les dan sus más cariñosos saludos y parabienes. Las botellas de champán y vino moscatel se abren a centenares y una [...] El Gobernador, sonrien­do, se dirige a los enamorados:
—¿Qué tal, hijitos, qué tal el matrimonio?
Ambos, con el recuerdo aún detrás de los biombos, afirman al compás.
—El estado perfecto.
Y mira por donde, un desequilibrado, que no estaba en el momento, porque relamía entusiasmado la nata de su trozo de tarta, al oír entre el murmullo: "el estado perfecto", contesta sin pestañear.
—Un servidor.
Y sin terminar de rebañar su dulzona ración, se coloca en el púlpito para contar a los satisfechos comediantes su historia:
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El Estado perfecto
Posiblemente en algún lugar del universo exista un Estado perfecto, ¿pero la mente humana tiene capacidad para soportarlo?
>
—¡Señor leguleyo!, ¡señor leguleyo de palacio! —vocea­ba, ya en plena faena el paniaguado Bufón de Turno— ¡el señor Gobernador le llama!
Con un candil en la mano y el megáfono de los momentos oportunos en la otra, va rebuscando por rincones y buhardi­llas. Al fin, bajo unas faldas de organdí, lo encuentra. Y el señor leguleyo, jadeante, con las gafas a medio colocar, la calva sin peinar y con el libro de notas pillado con el brazo izquierdo, se presenta ante el ilustre mandatario.
—Quiero que estudie usted —le ordena el Gobernador— si la historia que acaba de narrar el testigo de cargo, es una sutil ironía a nuestro festejo [...]
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LA HORA XV
Mientras los bufones enamorados sirven la sopa y el caviar a los comediantes y se dicen con los ojos: "¡Oh, qué bonito es el amor!", uno de la pandilla de los desequilibrados, el que hace el número quince, con el babero lleno de lamparones y un trozo de pechuga entre los dientes, camina boca abajo hacia el púlpito de marfil [...]
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Cuento a un lucerillo
Un buscador de felicidad cuenta como tras la búsqueda entre mareante metafísica la encuentra en su propia alma. Y cuando se presenta ante el Señor de luengas canas, el señor que lo sabe todo, bello como la luz y esplendoroso como la mañana, le dice muy humilde y lleno de esperanza:"Aquí estamos de nuevo, Señor que lo conoces todo. ¿Sabes? ¡Ya me he enterado que tengo alma!
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Oiga, señor desequilibrado de la sala quince, espero nos aclara­re si se ha referido usted al cuento de su vida o la vida de su cuento —dice el Bufón con la mejor cara de asombro que podía poner.
Pero, como el narrador de la hora quince no se diera por aludido y empezara a bajar, de igual forma que subió, cabeza abajo, la bufona de tres al cuarto explicó con su dulce voz y exagerados aspavientos:
—Muy fácil, querido, todo depende de su posición en el gran queso. Así si la cabeza la tiene en los pies, se ha refe­rido al cuento de su vida; ahora si los pies están en la cabe­za, seguro que nos ha contando la vida de su cuento. Pero también puede ser [...]
—¡Qué sería de mí sin ti! —le suspira el Bufón de Turno admirado por la tanta sabiduría de la Bufona de Tres al Cuarto [...]
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HORA XVI
Don Antonio, el plácido y cachazudo don Antonio, sube al púlpito de marfil con el asma en la garganta y el corazón dando trompicones, y todo porque no puede prescindir de llevarse con él la insustituible mecedora de anea de las dieciséis horas [...] Dejando por un instante su escondite, el Mosquetero Azafranado se presenta en medio de la sala, y con el dedo índice sobre el mentón la recorre con sabia mirada mientras tanto...
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La siesta
¿Quien no ha perdido la consciencia en las horas de sopor tras la buena mesa? ¿Debería en justicia haberse considerado al plácido don Antonio como verdadero desequilibrado?
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El director de la orquesta se despierta sobresaltado, y sin correr a quitarse las legañas y a enjuagarse con sifón, desenfunda la batuta. La muñeira, trotando por salas y salones, va desadormeciendo a todos los componentes del carnaval. El Mosquetero Azafranado, notando que el bullicio comienza de nuevo a adueñarse del palacio, se esfuma raudo. Y don Antonio, el plácido y cachazudo don Antonio, recogien­do sin muchos ánimos su butaca de anea, baja las escaleras del púlpito para seguir meciéndose en el eterno puesto que tiene en la fila.
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HORA XVII
—Venid, venid todos, señoras y señores ciudadanos del equilibrio. Venid todos a la sala dieciséis, que la hora del té con pastas ha sonado.
Así van pregonando por rincones y escondrijos el Bufón de Turno y la Bufona de Tres al Cuarto, cogidos de la mano y con la felicidad en sus corazones [...]
—Aquí hay que imaginar algo divertido —comenta el Gobernador, mientras tintinea su vaso de té con limón y acomoda los pies sobre el mullido escabel—. Ya ven ustedes que el panorama no es muy halagüeño que digamos.
—Déjeme pensar, señor Gobernador —comenta el Bufón de Turno— déjeme pensar, mientras el descargador de los merca­dos, que es el próximo orador, nos cuenta sus zozobras [...]
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Adiós, Libertad
No salgas Russo, no salgas, que la Libertad es peligrosa y los hombres no perdonan... Así empieza el cuento con el consejo del descargador a su amiga la paloma herida... ¿Pero puede soporar las cadenas quien ya probó la libertad?
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Los ciudadanos de las ultimas filas, en sus extravíos, aplauden con entusiasmo la intervención del orador. Pero los de las primeras filas, señoras y señores conspicuos, como no comprenden por qué el descargador, que parece de compostura correcta y hablar sosegado, está inscrito en la cofradía de los desequilibrados, comienzan a acuciar a los organizadores del festejo con mil y una preguntas [...]
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HORA XVIII
—¿Qué, ya se le ha ocurrido algo divertido que haga felices a los ciudadanos-invitados? —pregunta al Gobernador al Bufón de Turno—. Y no me diga que contar cuentos, porque así llevamos dieciocho interminables horas, y mire usted a que tedio hemos llegado.
El Bufón de Turno calla. Y como en el silencio la mirada del Gobernador se hace insoportable, a la Bufona de Tres al Cuarto, saliendo en ayuda de su amado, se le ocurre decir:
—Señor Gobernador, ¿por qué no vamos de entierro?
El Gobernador, entusiasmado por la idea, afirma:
—Excelente idea, iremos de entierro, que eso suele ser diversión gratificante y no del todo pesada, mientras uno no sea el protagonista, ¡claro! [...]
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La última tarde
Nadie subió al púlpito de marfil, pero los pensamientos de los presentes vieron cómo en un atardecer de otoño el desequilibrado que debería estar allí, subía la cuesta de la ermita abandonada en un adiós definitivo.
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Cuando el amén resuena en la sala dieciocho, a partir de ahora titulada del adiós definitivo, a alguien se le ocurre decir:—Siempre hay una razón.
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HORA XIX
—No se le olvide, señor Bufón de Turno, tachar de la lista de los desequilibrados para los próximos carnavales al anterior protagonista —dice el buen Gobernador—. Tal como se encuentra, parece ser, que al pobre ya no le va hacer falta terapia de ninguna clase.
Pero el devoto servidor, que venía con un regocijo imparable, habla atropelladamente sin contestar a la orden [...]
—¡Nos van a proyectar una película! ¡Venid todos, que nos van a proyectar una película!
[...] al tanto que el operador-paciente de esta hora, subido al púlpito de marfil comienza como preámbulo a comentar mientras va preparando la proyección:
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Escenografía de los sueños de una película del lejano oeste norteamericano pero sin vaqueros ni indios
¿Es un sueño o una trágica realidad? Depende del sitio en que se encuentre el comediante. Si está cómodamente sentado en el patio de butacas, con seguridad lo considerará sueño, pero...
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—Muy bien, bufón de turno. Le felicito por su plan. Ha sido verdaderamente una buena idea. Los comediantes han salido satisfechos de la proyección.
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HORA XX
Mientras los comediantes del gran carnaval saltan y ríen felices entre las truchas ahumadas y las aceitunas rellenas, el filósofo de pocos vuelos, sin ningún motivo aparente, deja a un lado la copa de vino y se aparta a un rincón. En él se acomoda, prepara su pipa, la encienda y, deleitándose en los caracoles que hace el humo, llama a su pensamiento [...]
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Un cuento con alquimista
Ni el propio loco sabía lo que había dicho. Aunque es posible que alguno de los invitados si pudo entenderlo. ¿Acaso no estará usted entre ellos?
>
Pero antes de que el Bufón pase a la hora siguiente, el Gobernador le pregunta:
—Dígame, señor Bufón de Turno, ¿qué sorpresa tiene usted preparada para la próxima hora?, me tiene usted en ascuas.
—Montar una sala de juegos —dice el bufón de turno.
—¡Oh, magnífico!, es usted algo fuera de serie. ¡Un bingo! ¡Hagan juego, señores! ¡Hagan juego!
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HORA XXI
—¡Hagan juego, señores! ¡Hagan juego!
Grita el Arlequín Descamisado, que en esto del carnaval hace las veces de crupier. Es el arlequín un moreno estirado, ojos vincapervinca y patillas cortadas el bies.
Cuando el Bufón de Turno —que viene de revisar si el vetusto y desmesurado reloj continúa con su imparable tictac, de comprobar si la llave del gas está bien cerrada, y de pasar lista por si algún ciudadano-invitado ha quedado sin cenar—, entra en la sala veintiuna, un helor le estruja el corazón, y no porque la cafetera aún no está preparada o el brandy se encuentra a medio servir; es porque su querida y dulce compañera, la Bufona de Tres al Cuarto, está ensimismada contemplando la blanca dentadura del crupier [...] Un presagio, un terrible presagio le cruza la mente al ya desgraciado Bufón de Turno y, sin poder evitarlo, queda inmóvil mientras el orador acomete su papel:
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El marinero y la luna
Un entristecido marinero lloraba en la soledad de su alma por un amargo destino, bajo el estrellado manto de una noche de septiembre. Sus pensamientos eran el ramalazo de la desesperación, eran la desesperación misma.
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Cuando el Bufón reacciona y va a buscar a su Bufona de Tres al Cuarto, una nube cargada de locura/razón la oculta a su vista. Dicen las malas lenguas que la Bufona de Tres al Cuarto y el Arlequín Descamisado se fugaron con los bolsillos repletos de fichas [...]
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HORA XXII
Al Gobernador le comunicaron solapadamente que el Bufón de Turno había decidido pasar los latidos que restaban de carnaval entre las barricas de la bodega, escribiendo su desgraciado epitafio. Así pues, tras ingerir la noticia, y siempre movido por su bondad, se le ocurre mandarle al infeliz enamorado la siguiente misiva: "Nadie se muere de amor" [...] Y luego, dirigiéndose al entrañable doméstico, le dice con toda la dulzura de que es capaz un Gobernador:
—Anda, suba usted al púlpito de marfil y cuéntenos cualquier historia, eso le distraerá y le sacará de su murria.
El enamorado, con la mirada por las baldosas y la mente en su amada, empieza a contar la siguiente historia:
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Un borracho singular
En medio del extraño misticismo que rodea a una taberna de puerto, bajo la claridad esfumada de una ridícula lámpara de gas, un hombre, un borracho singular, mira fijamente al rojo líquido sin poder apartar de él sus ojos, como si una esperada noticia se ocultara en un adulterado alcohol...
>
Un malnacido, grita a voz en cuello:
—La pájara ya no te ama, Bufón de Turno, la pájara se largó con el descamisado. Las risas se adueñan del recinto. Los ciudadanos-invitados, en medio del jolgorio, viendo que va acercándose el final del carnaval, comienzan con frenesí a descorchar botellas y a vaciar bandejas y alacenas [...]
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HORA XXIII 
Hasta los mismísimos estoy —exclama el Gobernador— de este maldito carnaval. Así pues, hagan trizas el púlpito, que con sus astillas nos calentaremos el alma.
—Señor, ¿qué haremos con los desequilibrados que aún quedan? —le dice el lloroso Bufón de Turno.
El Gobernador, rascándose la cabeza, busca la solución a tal papeleta y a un terrible mal de tripas que le venía por momentos [...] Mientras tanto, el penúltimo desequilibrado, que se quedó sin púlpito, languidecía en esta soñolienta hora de otoño:
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Y se perdió el último desequilibrado
Cuando lo encontremos, que nos de explicación del resumen. Y si está en condiciones y ustedes tienen el aguante suficiente, hasta nos podría narrar la totalidad de su aventura.
>
Ante el alboroto que iba formando por todos los rincones el desequilibrado de esta hora, el Gobernador, cansado de tanta pamplina y deseando dar fin a tan escandaloso espectáculo, dictaminó:
—Que le sajen el alma.
Para eso había sido reemplazada la "Sala de Psicoterapia Colectiva Desfuncionalizada" por la "Sala de Operaciones del Alma".
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HORA XXIV
¡Gong!. Suena la última campanada. Es medianoche. Los señores y señoras comediantes, en la conciencia de que el festejo puede terminar de un momento a otro, apuran los residuos de las copas y los restos de los canapés diseminados por las vacías bandejas. Y todos juntos, comienzan a cantar la canción del adiós. Mientras tanto, el Bufón de Turno, repicando una campanilla, va buscando desesperadamente por todas partes a su perdida Bufona de Tres al Cuarto, al tiempo que se va pensando: "Y un mal día en que los hados no me eran propi­cios, tuve la desgracia de labrar mi tumba en vida. Las estrellas de mi horóscopo me avisaron, más mi insolencia se rió de ellas. Ahora, pago mi culpa".
El último desequilibrado, que es un burócrata calcificado, huyendo del cirujano de almas, se coloca detrás del Bufón de Turno y, en cansino parloteo, va dicién­dole que si llega a saber tal final hubiese seguido los pasos del Mosquetero Azafranado que, seguro, mejor le hubiera ido entre las sombras de los eucaliptos; que lo engañó, y que toda la culpa es de usted, señor Bufón de Turno, de usted y sólo de usted, que me engatusó diciendo que me iban a dar la paga de beneficios.
Y como el Bufón, en su deambular por el palacio, no le contestara, el burócrata decide, sin otra alternativa, contarse a sí mismo su propia aventura:
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La araña
Con su incesante tejer envuelve todo... las decisiones, los deseos, los sueños... la vida entera, e incluso, como bien podría haber dicho el eterno burócrata, hasta el alma.
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HORA XXV o Viceversa 
Del patio de armas sale el lamento de una trompeta tocando silencio. Tras su sonido, la orquesta calla y las gargantas enmudecen. El Mosquetero Azafranado, notando que el fin del carnaval ya llegó, dice a sus seguidores:
—¡Ea!, levantad bártulos y colgaos los trajes de paseo, que el festejo ha concluido.
Y los personajes que huyeron del agasajo y divertimento que ofrece la fiesta del Gobernador, porque tenían miedo a quebrarse los tobillos en tan frenética danza o ser seleccionados para entretener desde el púlpito de marfil al resto de comediantes, desperezándose y apartando las lenitivas hojas de los eucaliptos, rodean al Azafranado en la espera de la partida. Este, mientras guarda cuidadosamente su gorro y camisón de dormir, les habla con decidida voz:
—Antes de marchar hacia nuestro destino, quiero advertiros que [...] allá afuera nuestras inseparables LOCURA/RAZON nos están esperando impacientes. No hay que huirlas ni temerlas cuando tropecemos con ellas; no existe otra salida. Rápidamente nos reconocerán y al no poder disimular sus gozos por volver a encontrarnos, nos llenarán el alma de besos y caricias.
Después de este maravilloso día lejos de ellas, cuando en un cierto momento mantuvimos la creencia de que la dicha había inundado nuestro plato de sopa, la molestia de tenerlas otra vez investigándonos los bolsillos y haciéndonos cosquillas en las plantas de los pies, se nos harán insoportables. ¿Pero, qué otra solución tenemos, queridos hermanos, amigos, compañeros todos, decidme, qué otra solución tenemos, sino aguantarnos? No hay más alternativa que aceptar lo inaceptable. Sí, hermanos, amigos, compañeros todos, ¿qué vamos a hacer? Si tenemos que ir a cuestas con la camisa de fuerza a un lado y la chistera de la cordura a otro. Así fuimos soñados, así fuimos paridos. Sólo nos queda el consuelo de que cuando vuelva a renacer el carnaval, podamos en su ocaso ocultarnos de nuevo y refugiarnos en nuestro escondrijo. [...] y el Gobernador, que ya ha mandado apagar los candelabros, echar las cortinas y recoger la cubertería de oro, ha abierto todas las puertas de par en par, incluso la del servicio.
¡Ah!, y no os olvidéis, que si por un casual os tropezáis con el Gobernador, despediros de él con vuestro más profundo agradecimiento por tan señalada velada.
Y todos, seguidores y no seguidores del Mosquetero Azafranado, salen de palacio, mientras el Gobernador, aliviado de su mal de tripa, le dice al Bufón, que aún continúa de turno:
"Alea jacta est"
Mientras las puertas de palacio se van cerrando lentamente, haciendo con sus desengrasados goznes un ruido insoportable.
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